Y tú… ¿soltera o casada?

Del ¿estudias o diseñas? al ¿estudias o trabajas? al ¿soltera o casada? Esta progresión hacia atrás nos llevaría hasta el Medievo. Dentro del deseo de perfilar a la potencial pareja, las preguntas que podemos formular son infinitas, exhaustivas, tópicas, existenciales… esto ya va en función del carácter y la imaginación de cada cual. Pero no siempre fue así. En el Antiguo Régimen e incluso en los últimos siglos de la Edad Media una de estas preguntas sobraba. La mujer no necesitaba verbalizar cuál era su estado civil. Bastaba con mirarla para saberlo. Aquellas que portaban ostentosas construcciones arquitectónicas sobre la cabeza eran casadas. Podía tratarse de largos sombreros cónicos, en formar de cuerno o de unos bastidores de mimbre en los que se habían enrollado metros de lienzo blanco y bajo los que se escondían melenas convenientemente recogidas. Los viajeros que llegaban hasta nuestra Vasconia se quedaban fascinados ante estas esculturas aéreas. Las mujeres que no se habían casado y, por tanto, eran consideradas vírgenes, debían llevar la cabeza descubierta y rapada, salvo unos mechones de pelo junto a las sienes. Estéticamente hablando hoy diríamos que las “donzellas en cabello”, como se las denominaba, salían perdiendo. Pero era justamente al contrario, porque su cabeza afeitada era símbolo de pureza y honestidad, de que no iban a engañar a su posible futuro marido. Llevar el cabello largo y la cabeza cubierta denotaba que la mujer ya no era virgen y limpia, sino que se había “manchado” con la práctica del sexo o con el parto. El hecho de que lucir una u otra imagen fuera imperativo lo dice todo sobre la moralidad de la época y acerca de lo antiguo que es el control social de la mujer a través de su imagen.