Un paseo entre calaveras

En medio del campo, una puerta de hierro oxidada. Cerrada y con un cartel. “Finca particular. Se permite la entrada. Respeten”. Si atraviesas el umbral te encontrarás vagando por el Parque de los Desvelados. Enormes calaveras se elevan sobre una ladera recordándonos que descansar en paz no siempre es posible. Los pobres cráneos, construidos con ramas de zumaque, malla metálica y teñidos de blanco y negro con pintura, no consiguen conciliar el sueño eterno. Siempre hay algo que los importuna, el tubo de escape de una moto de trial, los comentarios de algún turista de lo paranormal en busca de emociones inexplicables, las risas de sus hijos. El autor, Luis García Vidal, decidió dedicar su terreno de Estella a erigir este homenaje a la muerte hace ya medio siglo. Arte en la naturaleza. La mitad de su vida le llevó levantar las pequeñas y las enormes calaveras y las esculturas construidas con vehículos destrozados en accidentes de tráfico, como el que se llevó por delante a su hermano, otro artista.  Para el autor coche era sinónimo de muerte, subir a uno era como encajarte en tu propio ataúd antes de tiempo.

Desde que comenzó a convertir una ladera verde y anodina salpicada de arbustos en una obra de arte García Vidal dejaba París para regresar a Estella a cuidar de sus criaturas de vez en cuando. Las ha restaurado, ha vuelto a cortar ramas de zumaque para redensificar su estructura ósea, ha reparado las mallas mosquiteras que ejercen de piel, ha retocado la negrura de las concavidades. Hace diez años que las calaveras se quedaron huérfanas y ya no tienen se ocupe de ellas, ahora sí que están desveladas. Su padre murió sin haber disfrutado del reconocimiento que merece. Pero habiendo escuchado a artistas parisinos amigos que no entendían su elección. Habiendo oído a personas horrorizadas ante algo que les resultaba tétrico. Cuando era niña, mi madre junto con alguna amiga nos llevó de excursión a merendar allí, junto a las huertas de San Lorenzo. A la mirada infantil le fascina la diferencia de escala, lo muy grande y lo muy pequeño. Y aquellas esculturas nos parecieron maravillosas. O quién sabe si nuestro subconsciente infantil se encontró paseando por allí con el de Luis García Vidal y entendió que la muerte es parte de la vida. Al final, y al principio, todos llevamos una calavera dentro.