La desamortización no la hizo Mendizábal

Antes de tirar por tierra un dato histórico, vamos a situarnos. No hubo una desamortización, sino varias. Este proceso se desarrolló en España desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Consistieron en que el Estado liberal fue expropiando por la fuerza a la iglesia católica y sus órdenes religiosas, consideradas “manos muertas”, sus bienes y tierras para sacarlos a subasta pública. El patrimonio eclesiástico se había ido nutriendo a lo largo de los siglos de donaciones, testamentos y herencias de quienes morían sin haber testado, y no era pequeño.

Las desamortizaciones se idearon para crear una burguesía de clase media integrada por labradores que en esa subasta pública se hicieran con las tierras que después cultivarían. Así también las arcas públicas engordarían con la recaudación de más impuestos gracias a la nueva propiedad de esos terrenos y crecería la riqueza nacional. Este fue el modo en que el Estado liberal modificó el sistema de propiedad del Antiguo Régimen.

Hubo grandes desamortizadores, José Bonaparte, Espartero, Madoz… pero el más conocido por su gestión fue Juan de Dios Álvarez Mendizábal, ministro de Hacienda y presidente del Gobierno de la regente Mª Cristina de Borbón. Su desamortización fue ambiciosa pero no llegó a cumplir el objetivo teórico para el que se habían diseñado las expropiaciones. En la práctica las tierras llegaron a la subasta en lotes tan grandes, diseñados por comisiones municipales presionadas por o aliadas con oligarcas, que los labradores de a pie no pudieron comprarlas. Quienes sí tuvieron la capacidad de hacerlo fueron los burgueses ricos y los nobles terratenientes.

A self-made man
¿Quién era este caballero? Juan de Dios Álvarez Mendizábal encarnó un prototipo muy valorado en la sociedad estadounidense actual, un hombre hecho a sí mismo. Nacido en una humilde familia de comerciantes que pasaban la jornada tras un mostrador despachando tejidos, lonas e hilados, a falta de recursos económicos para unos estudios reglados, se formó en el oficio de su padre, aprendió idiomas y descubrió que tenía un don para los negocios y también para la política. Tanto, que llegó a convertirse en el principal protagonista de la Revolución liberal española.
De origen gaditano, Juan de Dios había nacido en 1790 en Chiclana de la Frontera y para principios del siglo XIX ya se ganó el sobrenombre de Juan y Medio. Su 1,90 de estatura lo merecía. Con su corpulencia y sus artes combatió en la Guerra de la Independencia en las filas del Ejército del Centro. En 1811, siendo ya Ministro, firmaba como Álvarez Mendizábal, y también su esposa, con la que se casó en 1812, le conoció con esos apellidos. Pero la madre de Juan de Dios no se apellidaba Mendizábal, sino Méndez.

¿Judío? ¡Nunca!
Los Méndez se ganaban la vida con el negocio de la trapería y eran conocidos en Cádiz como una familia de cristianos nuevos de origen judío. Para el historiador Juan Pan-Montojo, ese es el quid de la cuestión. El conocido político liberal decidió borrar a los judíos de su genealogía y sustituirlos por un origen vasco que, en sí mismo, ya era garantía de limpieza de sangre. Para ello le bastó cambiar su apellido Méndez por Mendizábal. ¿Por qué eligió este, y no otro? Porque en el Cádiz del siglo XVIII la casa de comercio Mendizábal era una de las más prestigiosas. Puro marketing. Incluso amplió el engaño hasta hacer creer a su mujer que había nacido en Bilbao. Así lo declaró en el acta matrimonial. Juan de Dios se hizo a sí mismo hasta tal punto que se inventó su pasado. Quien quiera ser riguroso con la Historia, puede empezar a hablar de “la desamortización de Méndez”.