Quién es un bastardo?

Tener hijos hoy sin estar casado es tan común como tenerlos estándolo. Pero en siglos anteriores los de la primera opción merecían su propio nombre, hijos naturales. Podían ser los engendrados en una relación estable que nunca pasó por el altar ni por el registro civil, o los que llegaban 9 meses después de una relación furtiva. Al hijo natural se le reconoce legalmente su condición de descendiente pero al bastardo, no. ¿Por qué es importante esta diferencia? Además de por la carga emocional y psicológica que supone, por lo más prosaico… el dinero. El reconocimiento legal es el que hace que unos padres tengan presente en la herencia a ese hij@. Ni más, ni menos. En testamentos redactados hace tres o cuatro siglos no es extraño encontrar que el progenitor especificara el reparto de sus bienes entre sus descendientes legítimos y los naturales. Como durante el Antiguo Régimen el matrimonio era un puro contrato de conveniencia para mantener el patrimonio y el apellido, más negocio que cuestión de amor, las relaciones extramatrimoniales resultaban muy comunes. Así que en toda esta historia, hoy y siempre, el auténtico perdedor es el hijo bastardo, al que su padre no reconoce y el que no tiene derecho a nada.