14.08.2019
Agur Bizkaia, hello Wales
Sudaron, se curtieron y se hicieron hombres en las minas de la compañía Orconera y en los Altos Hornos de Bilbao y en 1902 sustituyeron la margen izquierda por los pozos y galerías galesas de Dowlais. Unos eran vascos, otros asturianos, cántabros o burgaleses que habían nutrido la corriente de emigración atraída por la primera industrialización de la ría del Nervión en el último tercio del siglo XIX. Aquella riada de obreros, comerciantes, administrativos y otros profesionales pudo sedimentarse y sembrar una nueva vida al calor de las chimeneas de Altos Hornos y de la producción de la cuenca minera vizcaína. En 1900 y los años siguientes serían los trabajadores locales del hierro y el acero, vecinos de Barakaldo en muchos casos, los que dejaron su tierra para emigrar al sur de Gales. Solos o con sus familias 200 hombres embarcaron en los mismos cargueros que llevaban a Cardiff el hierro que tan bien conocían y desde su puerto continuaron una veintena de millas hacia el norte, hasta llegar a Merthyr Tydfil.
En esta región minera se habían quedado sin hombres que bajaran a las entrañas de Dowlais. Los que sabían hacerlo habían sido reclutados para combatir en Sudáfrica en las guerras de los Boers, así que las compañías tuvieron que apresurarse a buscar mano de obra. Lo intentaron primero entre irlandeses y después entre judíos rusos, pero carecían de la especialización necesaria. La opción definitiva resultó ser la vasca. Cumplían con los requisitos, un mínimo de 7 años de experiencia en un puesto como el que iban a ocupar. Así que desde 1900 comenzaron a salir de la margen izquierda rumbo a Dowlais hasta sumar allí 200 empleados. Habían cambiado de lugar de trabajo pero no de patrón. La compañía minera Orconera Iron Ore que les pagaba aquí su sueldo se había creado en Londres casi tres décadas antes por la unión de cuatro socios europeos: Consett Iron Company, Krupp, Ybarra Hermanos y… Dowlais Iron Works. Así que desembarcaron en un oficio y un puesto que conocían a la perfección y en unas casitas unifamiliares que la compañía construyó para ellos y sus familias en Alphonso Street, calle de Dowlais que nombraron -y que se sigue llamando- así en homenaje a Alfonso XIII, que entonces acababa de estrenar reinado.
En aquellas vidas duras habría jornadas de descanso. Jornadas en las que estos mineros se olvidarían del mundo subterráneo que les engullía a diario y escaparían con sus parejas y sus criaturas a respirar el aire de bosques galeses como el de esta imagen. Y quizá por pura semejanza con los de su tierra, les invadiría esa pesadumbre agridulce que llamamos nostalgia. O precisamente por lo mismo, se sentirían en casa.
(A esta emigración europea, infinitamente menos conocida que la americana, dedicaron un amplio y documentado artículo los historiadores Óscar Alvarez-Gila y Stephen Murray en el número 39 de la revista Vasconia).